PÁGINA 1. DESPUÉS DEL SILENCIO. SALVADOR MIRA.

La oscuridad llenaba la habitación. El ruido de los coches circulando por la nacional golpeaba las persianas cerradas. Hacía calor, un calor húmedo y pegajoso, opresivo, extraño en aquel lugar. 

Lalo entreabrió los ojos, respiraba por la boca, con dificultad. Su cabeza era como un viejo motor de barco que rugiese y renquease consumiendo gasoil. Parecía que tuviese dos gatos peleándose en su estómago y fina arena de playa en la boca. Aún estaba borracho.
Palpó la pared de la habitación buscando la llave de la luz como un ciego que lee braille... Una luz, mortecina, amarilla, quiso mostrar los objetos que se encontraban en el cuarto. Lalo yacía sobre el colchón. Miró su cuerpo inerte, semidesnudo; los calzoncillos arrugados y rasgados colgaban de sus caderas. La ropa de la cama estaba desperdigada por el suelo.
Se incorporó sentándose sobre la cama, sus pies tocaron las frías baldosas del suelo; se sintió aliviado. Carraspeó y un esputo denso y pastoso acudió a su boca, lo escupió delante de sus pies.
Miró hacia la mesilla de noche: calderilla, un paquete de Malboro, la cartera, un preservativo y una bolsita de papel plástico de un centímetro de diámetro enrollada por los extremos. Lalo estiró el brazo, cogió la bolsita, la desenrolló y con la punta de la uña del dedo meñique arañó un poco de polvo blanco y se lo llevó a uno de sus orificios nasales, aspiró fuertemente...

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